Espectáculos bárbaros.

Cuando era más joven (e inmaduro, e inconsciente y …muchísimas cosas más) el mundo del toro me parecía una pasada, al menos visto desde la comodidad y la distancia aseptica que da el televisor.

Todo esto cambió cuando asistí por primera vez junto a mi ex-cuñado a un encierro, al principio todo iba bien, capotazos, quiebros, verónicas,etc etc, de momento todo muy aseptico.

Todo cambió en el momento en que (no sé si por este orden y prefiero no recordarlo) hicieron su aparición el señor que va montado a caballo cuya figura es conocida como la de «El Picador» y la de los banderilleros…a partir de aquí prefiero no seguir contando, solo añadir que me pareció una barbaridad y todavía siento vergüenza de haber sido un cómplice indirecto en semejante espectáculo, ningún animal sobre la faz de la tierra merece morir de esa manera tan indigna, pobre toro.

Nuestros toros bravos, son los bisontes americanos.
Los segundos, apenas ya existen, han sido medio exterminados de las praderas.
Los primeros, permanecen.
En su naturaleza, salvaje, en su territorio, las dehesas, esos campos llenos de vida, que permanecen, cierto es, vivos, por la crianza del toro bravo, y que cuyos campos, serian devastados sin la permanencia del toro.
Tienen razón los criadores de toros, sin ellos, esas dehesas que dan cobijo a multitud de naturaleza y que rara vez son pastos de las llamas, porque carecen de malas hierbas, las dehesas se perderían. Serian pasto de las llamas por el abandono.

O tal vez, no.
Si el Estado en vez de invertir en la mal llamada Fiesta Nacional, dando cuantiosas sumas de dinero para celebrar “festejos”, los proporcionara a esos ganaderos, criadores, para que no abandonaran ese triste negocio que es ahora, y se convirtiera con ello en un auténtico arte como es la defensa de nuestros campos, de ese patrimonio que son nuestras dehesas, y del mayor patrimonio, que es el ganado bravo.

Nuestro toro bravo, es el bisonte americano, y tenemos la suerte de disfrutarlo, en su naturaleza, en las dehesas, en su salvajismo humano que es capaz de mantenerse erguido ante la masacre de la que es objeto.
Y aun así, es incapaz de atacar, de matar, si pasas a su lado.

Tienen razón aquellos que dicen que las dehesas desaparecerían de nuestros campos, porque nadie les ha dado la salida de mantener esas dehesas simplemente por la razón de ser el hogar del toro bravo, de verles correr por sus praderas, de verles dormitar sobre una higuera o un olivo, de pastar las malas hierbas y limpiar ese suelo.
Hay que terminar con esa barbarie de ver morir a un animal en medio de una plaza o lanceado en campo abierto, es un espectáculo grotesco y cruel que poco o nada tiene de fiesta y si mucho de barbarie.

Por cierto, los hooligans de esta barbara afición tampoco respetan la integridad fisica ni la opinión de los que no son como ellos, así dejaron esta pobre muchacha que pacíficamente protestaba contra el linchamiento del Toro de la Vega.

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